By José Quintero

El equilibrio – parte 2 (Llamarme maestro es como llamarle “licenciado” a un perro)

Ya he comentado públicamente que me incomoda sobremanera que me llamen “maestro”; aunque también he dicho -lo sostengo y lo sostendré hasta que me canse de sostenerlo- que no soy nadie para decirle a nadie cuál es la manera correcta de referirse a ese humilde siervo del Arte, de Dios y del Estado (de ebriedad).
Tal título nobiliario (el de maestro) me incomoda muchísimo en casi cualquier contexto, con excepción de talleres, cursos y entornos docentes (disfrutaba mucho -por ejemplo- que mis alumnas de Diseño de Modas me llamaran “profe” porque era un título genérico, anodino e impersonal ¡bien por esas pequeñas lumpenburguesas!).
Justo porque estoy conmigo todo el tiempo -a toda hora y en todo momento-. Puedo afirmar categóricamente que no soy un maestro. Luego entonces, el título en comento deshonra a esta alma guerrera cuya dignidad radica en ganarse a pulso -con cada nueva ilustración, con cada nueva tira o historieta, con cada vida puñeta… quiero decir, con cada puta viñeta– el honroso título de amateur.

¿Por qué me arde la piel del ego cuando alguien me llama MAESTRO?  
1. Porque intuyo que el título de “maestro” es un recurso entre piadoso y formal para no llamarme “viejo”; y me considero menos viejo, estulto y adoctrinado que cualquiera que cuente con la mitad de mi edad. Mis canas no son signos de vejez, sino heridas de guerra. Mi decrepitud es ilusoria; por dentro soy un vergel con la última actualización de cualesquier sistema operativo en fase beta.
2. Porque llamándome de tal modo me equiparan con una legión de ególatras formalistas a los que se les hace agua el escape de residuos tóxicos por que les llamen “maestros”. Me considero lo suficientemente respetable, digno y auto sustentable como para mantenerme al margen de esos pobres de espíritu: zombis mordidos por la mandíbula espumante del falso ego.
3. Porque no tengo una sola obra maestra en mi haber ni veo el menor asomo de “maestría” en mi proceso creativo (que es, de hecho, una pelea sobre lodo). Soy un dibujante que parte casi de cero ante cada nuevo reto, que se enfrasca en tortuosas batallas estilísticas carentes de cualquier rasgo de genialidad. Que se recrea permanentemente en el lienzo de batalla y no se excusa ante las frecuentes y espectaculares derrotas. Llamarme “maestro” es como llamarle “licenciado” o “doctor” a un perro.

¿Que hay solvencia técnica en mi obra? desde luego. ¿Qué hay varias piezas destacables? Por supuesto. ¿Que hay algunas imágenes mías que han de perdurar en la memoria colectiva? A huevo… tampoco se trata de hacerme menos de lo que soy, pero no es lo mismo ni es igual y por tanto una cosa no implica la otra.
Maestro: Crumb. Maestro: Moebius. Maestro: Arturo Negrete… ¡Muestren respeto por mi persona y no me anden maestreando!

Posdata: Esta reflexión no es mas que la soterrada excusa para presentar un video testimonial del combate cuerpo a cuerpo y puerco a puerco que implica acometer la fase de color en una ilustración digital. Esto que recién escribo es lo importante, todo lo demás fue paja.

By José Quintero

El equilibrio – parte 1

Ni de lejos -ni por error- considero interesante mi forma de trabajo o mi manera de transmitir conocimiento. Considero, eso sí, que mi experiencia y algunas reflexiones compulsivas pueden resultar útiles para los jóvenes colegas en su proceso de auto aprendizaje (porque considero -eso también- que el único maestro de cada quién sólo puede ser cada cual).
En días pasados estuve registrando en video un ejercicio de ilustración a manera de apoyo documental para un curso on-line. Dado que dicho curso llegó a su fin, ya puedo compartir con la ciber perrada el resultado de aquellas tortuosas sesiones. La primera parte refiere al proceso de bocetaje y la segunda al de color digital. Comparto el primer video y -a manera de attachment– comparto un cálido y gratuito abrazo.
Hemos sobrevivido a un año más (a pesar de -o gracias a- las cicatrices lamentables que nos adornan) y eso hay que celebrarlo con un abrazo celebratorio.

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