By José Quintero

Un trueno desafinado y sus afinados ecos

En medio de una sala atiborrada (de desinterés e indiferencia), abrumados por un público que literalmente brilló (por su ausencia), el último viernes de febrero del año en curso fue presentado el fanzine de ilustropoesía Un trueno desafinado en Musa, Cultura Visual.  

Este acto ritual cerró un ciclo que comenzó mayo de 2021 -fecha de inicio del segundo Taller de Ilustropoesía- y deja como legado editorial la publicación que ahora comparto en formato digital.  

Nada como cerrar ciclos y compartir el fruto de nuestros procesos creativos.

¡Que lluevan los podridos jitomates!


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Comparto también el prólogo que escribí para esta noble causa.

UN ANIMAL NO CATALOGADO SOBRE LA LINEA DE HORIZONTE

I

Como todo artista sabe, la arena creativa es un escenario diverso y a veces contradictorio que lo mismo puede ser campo de batalla, jardín de juegos, hotel de paso o ring para desaseadas luchas en lodo. Durante el proceso de la creación se vale todo o casi todo; el artista goza de la impunidad necesaria para construir, crear o incluso tropezar con la ansiada obra que le redima y haga justicia a sus afanes estéticos y discursivos. Al fin y al cabo, si el artista consigue atrapar el poema, la melodía o el dibujo que lo trascienda habrá valido la pena cada maldito o bendito segundo de parto creativo.

La poesía ilustrada es el resultado casi inevitable de diversos fuegos cruzados en el salvaje oeste de la creación. Si uno dibuja y tiene un mínimo interés por la escritura poética, tarde o temprano se encontrará con ese ejercicio relativamente común que entrelaza sin querer queriendo la poesía y el dibujo. Ejercicio que -pese a su función lúdica o terapéutica- merece un destino de mayor envergadura.

Un botón de muestra basta y sobra para darse cuenta de que la relación dialógica entre imagen y poesía ha sido sub utilizada con demasiada frecuencia; que la poesía ilustrada (la ilustración reducida a una función apenas ornamental del texto poético) es sólo

la punta del iceberg de una disciplina que merece ser considerada lenguaje artístico por derecho propio. A ese estado superior de la poética graficada es a lo que he dado en llamar ilustropoesía.

Pero ¡que no cunda el pánico! Pese a mis aparentes delirios soy consciente de la condición germinal de este lenguaje híbrido. Me bastó la publicación de un libro (Flor de Adrenalina, 2009) para darme cuenta del enorme potencial de esta forma creativa tanto como de su frágil constitución. La ilustropoesía requiere de un riguroso cultivo, de facultades atípicas (escribir y dibujar solventemente) y de un buen golpe de suerte para que el maridaje entre palabra e imagen no acabe en divorcio o matrimonio forzado sino en relación fluida y amorosa. La ilustropoesía es un animal aún no catalogado corriendo sobre la linea de horizonte.

II

Estas y otras reflexiones random poblaban mi domo craneal cuando en mayo del 2021 dimos inicio el segundo taller de ilustropoesía. En rigor debería tratarse del primero, pero en 2019 le antecedió un taller de poesía ilustrada que el pudor me impide ignorar y que bien sirve de precedente para la disciplina que nos ocupa.

Este nuevo taller pretendía validar mis tesis sobre la ilustropoesía al tiempo que establecería algunas reglas o nociones básicas para darle forma y estructura definida. Quería constatar, además, la posibilidad de que otros autores ejercieran este lenguaje con cierta propiedad, con conocimiento de causa y de manera colegiada. Como quien dice, hacer poesía en manada. Como tercer premisa, buscaba hacer el abordaje desde un ámbito pedestre. Construir el artefacto ilustropoético sin delirios de grandeza ni delirios de becario; asaltar el oasis de la belleza desde el orden de lo ordinario, desde la ociosa realidad del día a día. Para mi buena fortuna, todos estos propósitos se cumplieron en una u otra medida.

El grupo se conformó por vía de una convocatoria abierta. El interés personal de cada uno fue la mejor carta de presentación y no hubo necesidad de descartar a nadie o buscar a más reclutas. Se trató de un grupo de trabajo hecho a la medida del taller y/o viceversa.

La dinámica de trabajo fue casi tersa. El compromiso de cada uno con su quehacer creativo ayudó a que el taller se moviera a buen ritmo y que no faltaran las charlas gratificantes, el buen humor y la camaradería. En un momento analizábamos tal o cual frase poética y en el siguiente hablábamos de aspectos dibujísticos

o del uso de cierta herramienta de Photoshop.

Y eventualmente, por un instante breve y como quien no quiere la cosa alguien veía de reojo y señalaba la sombra de la ilustropoesía.

III

Dejo mis opiniones de lado para que sea el amable lector quien juzgue el resultado de este ejercicio colectivo. Solamente diré que el fanzine me agrada en tanto que permite observar el trabajo acumulado de las compañeras y los compañeros y registra con puntualidad sus aciertos y desaciertos.

Mucho se habló durante las 6 sesiones de trabajo acerca de lo difícil que es encontrar el punto a la ilustropoesía. De lo fácil que es extraviarse o perder el equilibrio necesario para ejercer este duro e inútil oficio. Es fácil perderse por la misma razón que la magia no se da en macetas ni de manera silvestre; pero creo que cada ejercicio fallido y cada accidente feliz (Bob Ross dixit) nos acerca un paso más y nos permite observar a ese bicho mitológico -esquivo, esquivo, esquivo, esquivo- que es el ilustropoema.

José Quintero

Febrero del 2022

El cuarteto de la muerte

By José Quintero

Expo efímera en Puebla

Expo efímera en Puebla

Y cuando digo “exposición efímera” me refiero justamente a eso. Las seis obras con las que participaré en el programa Sábados Culturales de Palacio serán exhibidos desde las las 11 am. hasta las 17 o 18 hrs. en que cierra sus puertas el benemérito inmueble.
He aquí una buena opción por si están en la ciudad de Puebla y no tienen nada mejor qué hacer alrededor del medio día.

Saludos cordiales y ya regreso a mi roca flotante en la zona negativa.
JQ

By José Quintero

Todo se transforma

¡Al ladrón, al ladrón! O en buen mexicano: ¡Agárrenlo, que es ratero!

Una de las opiniones más socorridas de Pablo Picasso -artista pródigo en frases geniales y dibujos desconchabaditos- cuestiona la originalidad irrestricta en la creación artística: 

Los malos artistas copian. Los buenos, roban.”

Y aunque nunca he comprendido a cabalidad esta sentencia, la suscribo en tanto que copiar es tomar disimulada y taimadamente; mientras que el hurto implica una usurpación o -mejor dicho- una apropiación formal del objeto robado. El copista imita, el ladrón se apodera de la cosa deseada.

Con perdón de Picasso (o a pesar de, o con su total indiferencia como aval) no me interesa el robo como recurso creativo. Apropiarse de lo ajeno me parece no sólo inmoral y desaseado, sino poco elegante; aunque es verdad que hay amigos de lo ajeno que hasta el acto de robar lo realizan con porte y elegancia. 

Del robo al plagio hay sólo un paso, pues mientras el ladrón sentencia “ahora esto es mío”, el plagiario dice “esto lo he hecho yo”. Es decir, hay una dimensión de honestidad en el ladrón de la que carece el plagiario y una dimensión de dignidad de la que carecen ambos dos.

 Tengo claro que robar es tomar lo que no es nuestro y esto conlleva instrínsecamente un acto de injusticia y despojo, pero… ¿Y si nada es de nadie? ¿Y si todo pertenece a todos? ¿Y si un amigo de lo ajeno es también un amigo de lo propio?


Arte boomerang

Como he expresado en reiteradas ocasiones, soy un firme creyente en la circularidad del arte y la cultura (el arte es un boomerang, hay que aprender a recibir aquello que arrojamos). Sostengo que en materia de sembrar realidades -pues eso y no otra cosa es la cultura- no hay lugar para protagonismos mamones ni copyright que valga. La cultura es comunal o no lo es. Incluso sus más destacados representantes en lo individual no son sino embajadores subatómicos del genio social. 

A fuerza de roer y roer esta idea hoy me resulta familiar; pero para llegar a este punto he tenido que expulsar de mi cabeza toda la basura propagandística que deifica al sujeto a niveles delirantes e intenta convencer a propios y extraños de que lo social enturbia la creatividad y uniforma el pensamiento. El sabinesco “hombre del traje gris” no debe la grisura de su existencia a una sociedad totalitaria en abstracto que anula cualquier rasgo de singularidad, sino específicamente a la sociedad industrial capitalista* que reduce la identidad y la existencia misma a la mera capacidad de consumo.

Es menester entonces desacralizar el dogma de la propiedad privada o al menos desterrarlo de la geografía de la cultura. Si entendemos el arte como expresión libre y común al espíritu humano, los conceptos jurídico-mercantilistas de enajenación, plagio y robo pierden todo su sentido.

“Lo malo no es robar, lo malo es que te cachen”, reza una perla del refranero popular que vuelve transparente nuestra relación cotidiana con el arte del hurto. La elegancia del robar (su énfasis) consiste en hacer que un objeto cambie de dueño sin que nadie se de cuenta. Lo otro: el despojo, la violencia, el vulgar despliegue de poder es cosa de capitalistas tardíos y neoliberales tempranos.

Como diría el clásico: debemos movernos a un escenario donde el sólo concepto de robar o plagiar resulte inválido.


El arte del hurto o confieso que he calcado

En mi zigzageante desarrollo creativo he echado mano de cuanto recurso ha estado a mi alcance, pero como buen ladrón -y mal mago- he revelado mis trucos sin demasiado pudor. Confieso que he calcado, manipulado imágenes ajenas y tomado referencias gráficas cual si fuesen manzanas colgando del árbol del conocimiento, pero siempre bajo un principio ético rector: convertir cada pequeña pieza tomada de acá y acullá en algo totalmente distinto al original, en una obra que no existía antes de haber pasado por mi licuadora creativa de seis velocidades. Hay aves que cruzan el pantano y no se manchan, mi plumaje no es de esos.

Con todo y todo, hay situaciones que parecen contradecir toda la verborrea que tan afanosamente he elaborado. Hace algún tiempo -charlando sobre los robos más escandalosos y los más sonoros desfiguros gremiales- un colega aludió a un posible plagio de mi parte a una ilustración de Ted McKeever, notabilísimo historietista norteamericano de trazo fuerte y contundente. Al hurto en sí habría que sumar otro agravante: la obra en comento es -posiblemente- un autorretrato del propio McKeever. Cosa más íntima que un autorretrato no puede haber y cosa más vil que un doble plagio, tampoco.

Debo decir que mi autorretrato fue elaborado de manera espontánea -e incluso improvisada- durante un curso de ilustración digital, de modo que cuento con el testimonio a mi favor de los asistentes a aquella sesión, pero ese no es el punto. No escribo esto para lavar mi posible deshonra, sino para reflexionar en voz alta acerca de la dialéctica creativa.

Esta curiosa coincidencia, la de una idea surgiendo al mismo tiempo en lugares distintos tiene un nombre igualmente curioso: “descubrimiento múltiple”. Cierto contexto sociocultural, cierto momento histórico, cierta sensibilidad común entre dos o más individuos (o agentes culturales, como prefiero llamarles cuando me pongo denso) da como resultado obras de similar calado. Gústame pensar que McKeever y yo hemos sido protagonistas de ese singular fenómeno cultural… No el del plagio, sino el del descubrimiento múltiple. 

Termino con la misma cita con la que comencé este hilo ideas. “Los malos artistas copian. Los buenos, roban”, dice Picasso. Yo digo que en materia de cultura nada se crea, se copia o se roba; Todo, todo se transforma. 



* El socialismo realmente existente siguió un esquema aproximado, pero -como teorizó Alvin Tofler– esto se debió a que ambos sistemas económicos compartieron paradigma común: el de una sociedad industrial con espíritu fabril que supeditaba todo al productivismo y la salud de los índices macro económicos. 

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