By José Quintero
A finales de octubre del finado 2021 convocamos con bombo, platillo y guitarra eléctrica a la presentación del Planeta Buba, otro libro para todos y para nadie. El epicentro de esta celebración editorial ocurrió en Musa -que es lo mismo una cafetería, restaurante, centro cultural y ombligo de la próxima revolución de las conciencias- en el corazón de Puebla capital.
La asistencia fue poco menos que modesta. La ciudad de Puebla me ha recibido de manera tibia pero justa. Bien hace en tratar con recelo a aquél que la camina de manera prejuiciosa, hipercrítica y reticente: desamor con desamor se paga.
Sin embargo, en el transcurso de aquella noche hubo instantes memorables y reiteradas muestras de afecto. Hubo –hubo del verbo a ver– la presencia de gente a quien quiero y respeto (algunos con nombre y apellido, algunos no) como Elvia Alejo -presidenta de la república de Musa-, la querida Gaby, el buen Puma Rojo, una chica de 14 años que abrió su corazón con voz quebrada, amigos y amigas al por mayor y -finalmente- un texto notabilísimo escrito por mi amigo y camarada Erick Parraguirre.
Parraguirre -amigo de copas, reflexiones y sinsentidos- es un poeta, dibujante, ensayista y lúcido escritor a quien admiro y aprecio, particularmente cuando paga la cuenta sin chistar. Litros de alcohol y litros de amena charla (¿?) han fluído de manera fluida en interminables sobremesas y chats. Sesudas reflexiones e infumable jerigonza pueblan nuestras poblanas conversaciones.
Comparto orgullosamente sus reflexiones en torno a mi más reciente libro y lo celebro elevando una copa (imaginaria o no) de tequila (adulterado o no) a la salud de este nuevo planeta (de atmósfera habitable o no).
Va con todo mi afecto, camarada.
Planeta Buba (ahora en libro)
Conrado Parraguirre
La presentación de un nuevo libro de Buba
conlleva una gran responsabilidad.
En el precario mundo de la narrativa gráfica nacional, revisitar las obras es indicativo de su buena salud. Sobre todo si su realización es posible gracias a la ciberdemocracia del fondeo, en donde la gente —la banda solidaria, el pueblo bien informado— es quien determina el éxito de los proyectos. Tal es el caso de Planeta Buba, que pasó de ser un modesto fanzine en blanco y negro, a convertirse en un librito hecho y derecho, a color y con audio en Surround Sound System.
Esta nueva versión remasterizada relata la génesis de Buba, quien fue expulsada de una excrecencia del Todopoderoso, donde parece insinuarnos, a la manera del escritor soviético Isaak Bábel: “Nosotros somos un escupitajo de Dios. Nuestro destino no vale un céntimo; nuestra vida exactamente lo mismo”. Porque la Buba puede ser así: altanera, caprichosa y orgullosa; frívola y aventurera; o lépera, cursi y de azote existencial.
No por nada se ha convertido en un personaje entrañable dentro de la historieta mexicana (y sus alrededores). Prueba de ello es la cantidad de seguidores que se encargan de mantenerla vigente, pues a Buba se le puede encontrar paseando en un sticker dentro de los vagones del metro, observando desde un grafiti en alguna barda de ciudad, acompañando a sus acérrimos fans sobre el lienzo de su piel, custodiando la entrada de un bar de mala muerte, o bien, al interior de algún café cultural de buena muerte (porque hasta para morir hay estilo). Aunque del mismo modo, es posible verla en lugares más formales, como los libros.
La presente edición de Planeta Buba demuestra que el tiempo puede ser un buen aliado, pues la diestra pictórica de José Quintero también evolucionó para darle otro cariz a la obra. Pero el progreso no es únicamente en el apartado gráfico ya que con la decisión de añadirle más páginas, consiguió una prosa ágil, es decir —para los entendidos en el noveno arte— un buen ritmo narrativo entre la secuencialidad de las viñetas, lo que resulta en una lectura fluida y amena, aunque no por eso rápida, ya que dentro se podrá encontrar la clásica mitología Bubiana, que consiste en páginas con carga simbólica, y alegorías propias del microcosmos del personaje, las cuales podrían pasar inadvertidas en un primer vistazo.
Por otra parte, la brevedad de la obra es un acierto que permite regresar a su lectura más de una vez. además de ser un mérito, pues como apuntó el poeta Charles Baudelaire: “Lo breve exige mayores esfuerzos que lo prolijo”. Encima, lo sucinto del trabajo es solo aparente, dado que al prescindir de textos y explicaciones, el lector puede darle rienda suelta a la imaginación y proponer distintas significaciones. Algo parecido a las alegorías oníricas desarrolladas por Jim Woodring en su historieta Frank.
Una interpretación somera de Planeta Buba puede ser aquella en que el conocimiento — encarnado en la sierpe de Nietzsche— consigue abrir el tercer ojo e iluminar a nuestra protagonista, o dicho más propiamente, ponerla al tiro; a fin de emanciparla del dogma religioso. Atendiendo así lo propuesto por quien escribió el mamotreto del Capital: “La crítica de la religión es la premisa de toda crítica”.
Y aquí, metiendo la idea un poco con calzador, tal vez exista otra lectura subyacente a dicha crítica, con un guiño a las ideas decolonizadoras derivadas de la filosofía de la liberación. Pues la religión ha fungido como un dispositivo colonial bajo el supuesto de su universalidad (y buena onda). Por lo que con el pretexto de un altruismo desinteresado, “el sujeto occidental –dice Abdennur Prado– se otorga a sí mismo la misión civilizadora de ayudar a los pueblos atrasados a salir de las tinieblas de la ignorancia a la luz de la razón científico-técnica”.
Ante esta lectura, quizás se pueda objetar la aparición del filósofo-homicida de Dios como representante del colonialismo occidental, sin embargo es posible pasarlo por alto si consideramos que la crítica decolonial se desprende del propio cuestionamiento epistemológico de occidente. Algo así como el símbolo de Uróboros, a saber: la serpiente en forma de ocho devorándose a sí misma. Ya el escritor Leonardo Da Jandra ha dicho que “la razón sólo puede establecer significados, jamás verdades; la verdad de las cosas es incognoscible, por eso es que todas las filosofías que pretenden poseer la verdad son falsas”.
De cualquier forma, cada lector podrá aportar su propia interpretación del libro, el cual no pretende ser un tratado filosófico, sino una invitación a imaginar y reflexionar en torno al universo de Buba. Quien en una provocación, producto de la casualidad, decidió reaparecer en Puebla; ésta ciudad mocha y conservadora, con una historieta que muestra el suicidio de Dios. Y aquí sí habrá que concederle “a la provocación un alto valor filosófico”, como deseaba el filósofo Louis Althusser. Sobre todo en estos tiempos aciagos, complacientes y carentes de crítica, donde la rebeldía parece haber sido secuestrada por la tecnología y las redes sociales.
Celebremos pues, este atisbo vital del Espíritu Reacio en un personaje iconoclasta, que a través de su libre albedrío parece decirnos, al estilo de Joseph Roth: “Dios no está ahí, el cielo está vacío y las estrellas son frías, lejanas y crueles, y puedes hacer lo que tú quieras”.
Ciudad de Puebla, 30 de octubre de 2021